Nadie invade Rusia en Invierno

Partículas de polvo danzaban en la luz que se filtraba por las ventanas; Frank miró a Gerard levantar su brazo perezosamente, intentando atraparlas.

- ¿Por qué no me dejaste ir?

Gerard dejó su brazo caer de nuevo a la cama, de vuelta a la piel de Frank.

Frank la cubrió con su propia mano, la llevó hasta su boca y besó los nudillos de Gerard, su pulgar, su palma. Dio vuelta para estar arriba otra vez, moviéndose en la maraña de sábanas para descansar entre las piernas de Gerard.

- Frank, -susurró Gerard, una mano en el rostro de Frank. El sudor se había acumulado en el hueco entre sus clavículas; Frank se agachó para saborear el gusto salado en su lengua.

Besó un costado de la garganta de Gerard, quedándose en el suave lugar bajo su quijada. Sintió sus brazos moverse a su alrededor, y luego, sólo así, Frank estaba en su interior otra vez, con las piernas de Gerard alrededor de sus caderas y su respiración volviéndose rápida e impotente contra su oído.

- ¿Por qué no sólo me dejaste ir? -Frank estaba obsesionado con la piel en la garganta de Gerard, no podía evitar repartir besos en anillos alrededor de ella, marcándolo como suyo. Sintió los gemidos de Gerard bajo sus labios, sintió sus manos estrecharse sobre sus hombros, su espalda, su cabello.

Frank se impulsó hacia adelante y Gerard arqueó la espalda, ojos cerrados, jadeó. - Soy tan egoísta. Frank, Frank, por favor. -Frank respondió, - Sí, lo que sea-, y lo besó profundamente mientras se mecían juntos en su cama.

El teléfono timbró.

Frank despertó.

- Mierda, -respiró. El techo estaba borroso y su visión nadaba, y cerró los ojos contra eso, contra el sonido del tráfico afuera y el resplandor del sol que se colaba por el hueco entre sus cortinas e iluminaba su rostro, demasiado caliente e insistente. Su cabeza dolía y su boca estaba seca. Su pene palpitaba y su piel estaba completamente erizada por el recuerdo de las sensaciones.

- Mierda, -dijo otra vez y metió su mano bajo las sábanas para cerrarla alrededor de su pene y masturbarse tan rápido como le fuera posible, mantuvo sus ojos cerrados para poder mantener el sueño por otro momento y llegó mientras estaba aún confundido de encontrarse en una cama vacía.

Se quedó acostado, jadeando; limpió el sudor de su rostro con el dorso de su mano. Cuando se levantó de la cama, caminó hacia el baño con las piernas temblorosas y se quedó parado en la ducha por un largo tiempo, con la cabeza inclinada bajo el espra y las manos apoyadas contra los azulejos en el muro.

El teléfono sonó otra vez cuando estaba cambiando las sábanas. No contestó.

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