Nadie invade Rusia en Invierno

Ella fue recogida unos días después. Mikey tomó el auto de Ray y llevó a Frank con la familia que la encontró comiendo de su basura. Era un vecindario realmente bonito, pensó Frank, viendo árboles en cada lado de las calles por las que pasaban. El tipo de lugar en que su madre le habría gustado vivir cuando era un niño, aunque Frank prefiriera algún lugar más sucio, realmente, y nunca haya sentido que su vida apestaba porque no podía correr tras el camión de helados y luego jugar en los aspersores con Jimmy y Susie de la casa de a lado, o algo así.

No podía hacer esas mierdas, de cualquier manera; la leche lo enfermaba y sus pulmones eran tan desastrosos cuando era pequeño que hubiera corrido entre los aspersores lanzando neumonía por todo el césped, pero su mamá aún tenía esa mirada anhelante en el rostro cuando se veían ese tipo de falsas familias en televisión.

La familia que visitaron no tenían niños llamados Jimmy y Susie, ellos tenían dos pequeñas hijas y una gran casa con patio trasero. Frank se sentó en su comedor y bebió café y miró a Ella corriendo de un lado a otro entre las niñas, ladrando felizmente a la pelota que estaban lanzando por todas partes.

- Se enamoraron de ella inmediatamente, -dijo la madre en forma de disculpa.

Frank asintió y puso su taza en la pila de trastes sucios. - Sí, igual que yo.

Se reusó a que el padre le pagara por Ella, sólo les dijo lo que le gustaba comer y prometió enviar su historial con el veterinario.

- Lucía realmente feliz ahí, -le explicó a Mikey en el camino de regreso, más que nada para detener sus miradas preocupadas. - No puedo darle esa vida, Mikey. Está mejor ahí.

- Pero es tu perro, -insistió Mikey, apretando sus manos en el volante.

Frank miró por la ventana, viendo los árboles desaparecer velozmente. - Ya no.

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