Posted on November 3, 2013 at 11:10 AM |
Mikey entró y se sentó sobre el quicio de la ventana con él, bebiendo el café de Frank y fumando de sus cigarros. Mikey no fumaba realmente, pero si Frank estaba fumando hierba, a Mikey le gustaba compartir.
- ¿Por qué no quieres venir con nosotros? -Le preguntó, soplando una delgada línea de humo contra el vidrio de la ventana.
Frank se encogió de hombros y humedeció en borde del papel con su lengua. - Porque no quiero volver a ser el alfiletero de Satán, supongo.
- Él no era Satán, -se burló Mikey.
Frank prendió su cigarro y le dio el encendedor a Mikey, porque el tipo no podía mantener un churro prendido por más de dos segundos. - Lo que sea.
Fumaron en silencio por un tiempo; estaba lloviendo y Frank trazó los patrones de las gotas que se condensaban.
- ¿Tienes miedo? -Preguntó Mikey.
Frank lo pensó. No era como si no supiera la respuesta; sí, estaba asustado, estaba completamente aterrado de pasar por todo eso otra vez, o peor, de ver a alguno de los chicos pasar por eso. De dejar el negocio, su apartamento, la ciudad en la que había vivido toda su vida. De arruinarlo todo, de ser inútil, de estar nervioso por los tatuajes en lugar de emocionado. De la clandestinidad, de morir y que su madre no tuviera cuerpo qué quemar.
Al final sólo respondió. - Sí.
Mikey asintió. Empujó sus lentes sobre su nariz. - Yo también.
Frank puso sus manos bajo sus rodillas y bajó la cabeza. Se estaba haciendo otro agujero en la costura de sus pantalones; tendría que coserlo o terminaría con la pierna abierta por todos lados.
- Lo más asustado que he estado en mi vida fue el día que Gee se ordenó, -dijo Mikey. Frank lo miró con seriedad, pero Mikey estaba viendo por la ventana, su mandíbula apretada en la manera que significaba que no diría nada más del asunto, sin importar lo mucho que Frank preguntara.
Mikey continuó. - No quiero ir sin ti. Lo haré. Pero no quiero hacerlo.
Frank bajó la cabeza de nuevo. Podía sentir sus pensamientos rodando en su cabeza como canicas, o como esos pequeños cojinetes que tenías que poner en las abolladuras. Inclinó su cabeza de un lado a otro, dejándolas moverse y acomodarse, y una vez que lo hicieron, tomó un tembloroso respiro.
- Oh, -dijo cuando estaba seguro. - Oh, jódete, Mikeyway.
Sintió que Mikey descansó sus pies sobre los suyos y presionó, dos veces, a través de sus zapatos. Frank presionó de regreso. Los primeros restos de emoción se empezaron a mover dentro de él, y Frank intentó concentrarse en eso, intentó respirar en una forma que los hiciera moverse hacia algo sólido.
- Vamos a necesitar una camioneta, -dijo Mikey.
Frank rio y se sentó. Frotó un lado de su rostro y arrugó la nariz hacia Mikey, quien estaba sonriendo de vuelta sin mover la boca. - Vamos a necesitar un chingo de milagros.
El cigarro de Mikey se había apagado; lo prendió de nuevo. - Sí. Esos también.
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