Nadie invade Rusia en Invierno

Un Año Después

- Cuando nos pediste que peleáramos contra el mal contigo, nunca mencionaste algo oliendo tan mal.

Frank miró hacia arriba mientras vendaba su rodilla para ver a Mikey torciendo la cara hacia la pila de cosas con runas que Gerard había puesto en sus brazos.

- Es el azufre, -explicó Ray en tono de disculpa, peinando su cabello con sus dedos y sacudiendo polvo hacia todos lados. - Es un poderoso destructor de maleficios.

- Es un apestoso destructor de maleficios, -gruñó Mikey.

Gerard apiló más runas en sus manos y movió su cabeza hacia la puerta. - ¿Puedes poner estas en la camioneta junto a las otras cosas antes de que los chicos del Cardenal salgan?

Mikey se fue y Gerard se agachó al lado de Frank en el arenoso suelo. - ¿Estás bien?

-Sí, -Frank rasgó otra tira de cinta con los dientes y la usó para entablillar sus dedos medio y anular juntos. Estos pulsaban molestos hacia él, pero se calmaron cuando los puso en su lugar. - Sólo unos cuantos rasguños.

- No puedo creer que aun conserves todas tus extremidades. Pudiste haber volado en pedazos.

Frank aplastó el borde de la cinta y se encogió de hombros. - Dijiste que necesitabas que alguien llevara esa cosa de la flama sagrada al centro del círculo.

Gerard hizo un sonido ahogado. - ¡No me refería a que debieras agarrarlo y lanzarte a él!

- ¿Cómo iba a saber que explotaría? -Demandó Frank, tratando de cortar más cinta pero sólo logrando que se pegara a su cara.

- Porque siempre explota, Frank, -dijo Gerard con desesperación, tomando la cinta de sus manos y cortándola él mismo. -Si he aprendido una cosa éste año, es que todo siempre explota.

- Como sea, apuesto a que se vio genial, -Frank enrolló su manga y puso otro vendaje sobre el tosco y sangriento espacio en su codo, tomando la cinta de Gerard para asegurarlo. - ¿Dónde están Bob y Brian?

-Bob está cargando la camioneta, y creo que Brian está tratando de encontrar algún lugar para dormir ésta noche. - Se escucharon pisadas en el exterior y Gerard se puso de pie, sacudiéndose justo en el momento que Howard y los otros tipos de traje entraron a la habitación. - Howard.

- Padre Way, -Howard lo saludó fríamente, mirando alrededor. El lugar era una bomba por sí mismo, literalmente, Frank tenía que admitirlo, había escombros en una esquina y un montón de cenizas flotando alrededor, y Ray aún estaba quitando yeso de su cabello, pero como sea. - Nos haremos cargo desde aquí.

- Claro, ahora que ya no hay nada, -murmuró Frank, callándose cuando Gerard le dio un codazo.

Howard le dio a Gerard una envoltura estampada, la que Frank ahora sabía que debía contener un pequeño dictáfono. - Envíe su declaración lo más pronto posible.

Gerard asintió y enroscó el envoltorio, metiéndolo en el bolsillo de su chaqueta. Los tipos en traje ya se estaban moviendo alrededor, embolsando cosas y hablando unos con otros en murmullos. Nunca parecían ensuciarse; sus trajes siempre estaban limpios, y Frank estaba realmente convencido que tras sus siempre presentes lentes de sol, ni siquiera tenían ojos.

- Asumo que usted y sus… -Howard le dio a Frank una larga e inexpresivamirada, - Sus asociados, han recibido instrucciones del Cardenal de su próxima misión.

- Sí, -dijo Gerard. Howard seguía mirándolo, como si pensara que Gerard fuera a darle detalles, pero Gerard sólo le regresó la mirada hasta que finalmente Howard asintió retrocediendo.

- Nos encargaremos desde aquí, -dijo de nuevo, manos en los bolsillos. - Gusto en verlo, Padre Way.

- Un gusto, también, -dijo Gerard, en su alegremente falsa voz. Frank y Ray lo siguieron hasta la calle, donde Bob estaba recargado contra la camioneta, fumando y escuchando a Mikey hablar. - ¿Están listos, chicos?

Bob asintió y abrió la puerta corrediza. - Brian llamó, nos consiguió un lugar para descansar a unas cuadras de aquí.

Se oyó un débil murmullo de emoción. Frank trepó a la camioneta, Mikey y Ray se apilaron después de él, y Bob cerró la puerta corrediza y subió al frente a lado de Gerard.

- No creo que el Señor esté planeando en proveernos con dinero pronto, ¿cierto? -Preguntó Ray, recargándose en un asiento. - Porque aunque dormir en el piso de alguien parezca un lujo, estoy bastante seguro de que estamos entrando en territorio pobre.

Gerard se puso sus gafas de sol. - Las cosas mejorarán, Ray, Él sólo está probando nuestra fe.

- Pruébame ésta, -murmuró Bob, haciendo un gesto que Frank no pudo ver pero que hizo a Gerard bufar y sacudir la cabeza.

La camioneta arrancó; Frank se recargó contra el costado, sintiendo las vibraciones viajar por su columna hasta su cráneo. Al lado opuesto, Mikey ya estaba enrollando todas sus delgadas extremidades en una maraña, la cabeza hundida en el hombro de Ray. Éste enlazó sus dedos sobre su estómago y recargó su cabeza sobre la de Mikey. Cerró los ojos.

- Hey, ¿dijiste que habías hablado con el Cardenal? -Recordó Frank, inclinándose para tocar en hombro de Gerard. ¿A dónde vamos ahora?

Gerard le dio a Bob una mirada divertida, luego volteó para sonreír a Frank. - Chicago.

- ¿Hablas en serio? -Bob lo miró sorprendido, casi chocando contra la escalofriante Humvee negra de los tipos en traje, cuando casi se salía del camino.

Gerard asintió, sonriendo; sus pequeños dientes hundiéndose en su labio inferior. - Sí. Aparentemente está pasando algo extraño ahí. Me llamará después con más detalles.

- Chicago, -dijo Bob, feliz, bajando la visera. - Aunque, no sé qué carajo le voy a decir a mi gente.

La camioneta bufó y se sacudió mientras Bob forzaba los engranajes. Frank pensó en fumar un cigarro, pero no sabía cuándo Brian les dejaría comprar más, así que guardo la cajetilla en su bolsillo por ahora.

- Quiero café, -dijo Mikey somnoliento desde debajo del cabello de Ray. - Café y papas fritas.

Gerard se recargó en su asiento, inclinándose sobre la cabecera. - Café suena realmente bien.

- Café, -dijo Frank fervientemente. - Café, papas fritas, ducha y dormir.

- No olviden que vamos a ir a Misa mañana, -les recordó Gerard, riendo cuando todos gruñeron. - Domingo viene después de sábado, chicos, no sé porque siempre se sorprenden.

- Sólo llévenme a un café, -dijo Mikey, alcanzo por el respaldo del asiento para jalar la oreja de Gerard. - Luego podemos discutir el descanso.

Gerard suspiró, pretendiendo estar enojado. Frank miró la manera en que su cabello se enroscaba alrededor de sus oídos; su barba era apenas notable aunque no se haya afeitado por varios días.

Pasó una mano sobre su propio rostro, áspero contra su palma. Mierda, necesitaba tanto un baño que su boca prácticamente se aguaba cuando pensaba en ello. Sus codos dolían y sus rodillas y dedos tronaba cuando los flexionaba. Había escombro en su cabello, y en sus oídos, y en su nariz. Estaba exhausto, y no podía recordar la última vez que no durmió en la camioneta por más de dos noches seguidas, y los pies de Mikey se estaban enterrando en sus pantorrillas, y toda la camioneta olía a tipos sin bañar.

Miró sus muñecas; presionó su pulgar experimentalmente sobre las pálidas heridas que creía que nunca se iban a ir. No dolían.

Los pies de Mikey se enterraron en él de nuevo, más insistente, y Frank volteó para encontrar su rostro cuestionador.

Frank hizo una señal de “estoy bien” con una mano y alzó el pulgar de la otra. Mikey sonrió y cerró los ojos otra vez.

Bob gruñía hacia alguien que se atravesó en el camino. Ray murmuró quedamente, adormilado.

El teléfono de Gerard sonó; Frank escuchó el sonido de su voz, y pensó en Chicago.

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Staring Through The Demons   >>